Bienvenido estás, pues aquí:

Soñarás sin saber, suaves susurros sobre tu piel.

Yo.

Los ojos me pesan. Se cierran. Sabios, se han cansado de ver estúpidas mariposas revoloteando. Belleza pusilánime la de la rutina, ordinaria como ninguna. Me traigo de nuevo al mismo oasis de calma, pero respiro agitada. Inquieta por no poder vivir emociones, por limitarme a experimentar perniciosos dejavús que me transladan a las dolorosas esquirlas del pasado. Y, a su vez, ansío volver atrás. Porque antes todo era nuevo, descubría la felicidad y engarzaba con ella mi dolor. En este instante, sin embargo, la propia dicha se ha vuelto en mi contra, pues no quiero alegrías sin mi única meta, que por ahora parece inalcanzable. Vanaglorio quizá este despropósito que me hunde en la autoconmiseración repentina, en esta noche de frustraciones sin sentido, ni aparente ni encubierto. Pero ¡ay de los que no puedan sentirse así ocasionalmente! Son ellos los que no padecen, pero también los mismos los que no viven.

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