Bienvenido estás, pues aquí:

Soñarás sin saber, suaves susurros sobre tu piel.

Ofrenda lacrimosa.

Suplicio vitalicio, transformado ya en vicio, reinicio la condena atrapadas las sensaciones en telarañas donde gobierna la pena. No hay más verdades en esta fortaleza que las cárceles de amargura las ha hecho mi cabeza, engrandecidas a base de soliloquios iracundos, desafiantes para mí y vulgares para el mundo. Candelabros que iluminan pasillos donde vive la ruina, restregándose contra las paredes virtudes que no quieren ser vislumbradas por aludes de miradas que enfocan sus sombras entusiasmadas. Negrura cruda, persistente en el ambiente mostrando una tez de tenebrosidad, amparo de las tinieblas y como lugarteniente la soledad. Aullidos en las cortinas, satinado el brillo del viento que las agita, despertando los espíritus de las malas experiencias. Espectros de recuerdos desmembrados, polvorientos de ser cubiertos de sonrisas ajenas y falsedades externas, desenterrados una y mil veces florecen de nuevo como lirios negros en la noche.





Nunca adiós, demasiados hasta pronto.

Y llega un momento en que todo se hunde
el pánico desafiante cunde
y desborda todo lo desbordable
remueve con saña las heridas untándolas
del más puro vinagre, latiente
todavía el odio de todos estos días.
Me unge, me incita al pecado
de seguir amando lo ya amado
suficiente para muchos, para mí
tan desgraciado como desafinados
mis recuerdos, soberanos de un reino
sin rey, palacio ni tiempo.
Amargados quedan hasta los visillos
chirriantes, que abren ventanas
y puertas insultantes al alba,
prepotentes ensalzan su rostro,
lo rodean de gloria revenida y de escoria
que le come, provocando que lo note.
Descargas llamadas impulsos, que
me llevan a despreciar lo insulso
y buscar el peligro, que sigue acechando
como tigre a su presa que, con encanto
le espera porque quiere su muerte.
Te lleva a replantear, paranoia sin final
ciclo vital que te arrastra, ¿no será la
muerte la mejor venganza? Entregarse a
ella y clamar contra la vida, que te fustiga.
Otra paliza, la realidad, que oprime y
estrecha con su lazo de maldad
a aquel que se de cuenta de que existe
que esto no es todo un sueño y se lustre.
Esencia viciada, la de mi alma
manoseada por las jaquecas de espíritu
las noches en vela y las lágrimas
que he maldecido para luego buscar,
el desahogo del cuerpo y la cárcel
de la verdad son ellas.
Soy víctima del desengaño.