Bienvenido estás, pues aquí:

Soñarás sin saber, suaves susurros sobre tu piel.

Pamplinas.


Líbreme a mí de esta condena
que como cadena me cuelga
y en la cara a mí me restriega
su pesadez, mi mayor pena.

Eterna, inútil, poco amena,
sufrimiento truculento riega
y dolor sin cesar agrega:
de mis pies hasta mi melena.

No poder con este coñazo,
demasiado aburrimiento
es peor a que me parta un rayo.

¡Dispáreme ya un cañonazo!
Cúmplase ahora mi pensamiento
o en defecto llego al desmayo.

Nada ser si no eres nada.


Siendo el ser y no la nada,
en mi ser no hay nada
claro que lo oscuro se lo
ha llevado no quedando nada.
Es por esto que falta la luz
en mi alma descarriada que
no sabe, ni es, ni ve nada
sino oscuridad sin claros.
¿Qué es lo que el futuro con
su azar crudo nos depara?
Siendo el ser y no la nada,
¿qué hecho acontecerá en lo que
ahora el presente hace que
tristemente no haya nada?
A mi alma qué corresponderá,
¿una vida corta y fugaz
quizá de gran intensidad
o una vida larga y mordaz
de dura y cruel realidad?.
Digo yo, ¿y quién lo sabrá?.
Siendo el ser y no la nada,
en caso de que haya vida
donde no existe la nada
¿qué lugar ocupa la nada
si donde hay no hay nada?.
Si la nada crece pues en
el interior más recóndito de
nuestro propio ser, ¿qué es,
si en el ser no hay nada, lo
que entendemos por el ser?.
Siendo el ser y no la nada,
¿qué es mi ser si no es nada?

Acerca de lo malo que puede ser el bien.

Erase que se era esta la historia de un hombre en su entereza magnánimo, siendo su mayor defecto el ser tan perfecto que hasta el Sol envidiaba el brillo desprendido por sus cabellos, y el rubí sus labios rojos por tantas mujeres ansiados, y el ciprés su altura y bien formado y fornido tronco, y el mejor de los comediantes su manera de divertir a cualquiera que se le acercase.
Siendo pues como era, y ducho además en cualquier tipo de arte (tanto amatoria como de lucha; con mujeres, hombres o acariciando cualquier tipo de instrumento), no podía ser éste otra cosa que príncipe de un gran reino.
Sin embargo no todo es felicidad, y aunque radiante y rebosante de virtudes no tenía el príncipe mujer a la que entregarse. Pues, como era sabido únicamente por sus más allegados, era él en el fondo egoísta, presuntuoso, orgulloso del primer pelo de su cabellera al último de los dedos de sus pies, y no amaba a otra persona más de lo que se amaba a sí mismo. Pero, debido a su arrogancia y pensamiento de ser omnisciente acerca de su propia persona y carente de tara alguna, no aceptaba ninguna crítica hacia su persona y a todo aquel que lograra insinuar lo contrario mandaba decapitar bajo su propia supervisión.
Un día, una noche más bien, despertóse sobresaltado. No puede decirse que sudoroso, pues no sería decoroso en alguien de tan alta distinción, pero sí sofocado ante la viva imagen que permanecía en su mente. Había muerto. Había muerto, en medio de un charco de sangre azul. Había muerto, en medio de un charco de sangre azul, sin nadie que lo lamentara y quisiera morir con él. Y veía esto tan real que casi muere de espanto.
Solo. Solo, como toda su vida había estado. Solo, como toda su vida había estado, sin haberse dado cuenta hasta entonces.
Levantóse entonces y, mirándose al espejo, empezó a llorar. Una lágrima acabó, sabe Dios como, haciendo ondear la superficie del espejo. Fijóse en ese instante el ya conocido príncipe en como se introducía a través del espejo, con suavidad.
Delicada, lentamente, su reflejo engulló la dichosa lágrima. Y él acercó la mano, asombrado, de forma lenta y premeditada, ¿se estaba volviendo loco acaso? Esto meditaba cuando uno de sus dedos rozó la superficie del mencionado objeto. Propiamente dicho, para no faltar a la verdad, no se sabría si rozó o simplemente se deslizó a través de la misma, que pasó a ocultar, además de la lágrima, su extremidad superior.
Hallábase anonadado, ¿acaso, realmente, estaba enloqueciendo? Decidióse, valientemente, a comprobarlo. Atravesando ya por entero su cuerpo el objeto, encontróse en medio de un prado.
Y sabed que no es menester que imaginéis uno idílico, ni mucho menos.
Había flores, y un Sol brillante bajo el cual pequeños críos jugueteaban, mientras caninos vigilantes y fieles les rodeaban sin apartar vista, y un lago inmenso en medio del valle, con las montañas por detrás y ciervos bebiendo de sus aguas. Y ahora pensaréis qué hay de malo, pues bien, me presto a iluminaros. Eran las flores cardos, y rosas mustias y amapolas negras, margaritas sin pétalos y campanillas sin tintineo. Era un Sol castigador, que azota con su calor a todo aquel sabedor de su existir. Por no mentar a los niños, flacos y desnutridos, quemados por el astro maldito, desganados jugando con el barro que rodeaba el lago. Y el agua negra, helada, y temible de adentrarse en ella. No hemos de olvidar las montañas, tan picudas, altas y filadas que miedo daba la idea de intentar escalarlas y llegar a la cumbre, cubierta de la nieve más lúgubre que ningún hombre ha podido ver nunca. Sin olvidar a las bestias, así llamadas por sus cuerpos cadavéricos y sus miradas de espanto, ojos sin vida y carentes de encanto.
Aterrorizóse el príncipe ante semejante escena. No podía ser ello más desolador, y preguntóse por qué. ¿Qué le amedrantaba de ese paisaje, a él que había visto agonizar ante sus propios ojos cientos de personas, de decenas de maneras?.
Sobre esta cuestión divagaba cuando la vio. Vestida iba con un sayo suave, de tejido delicado y vaporoso ahí donde más se requiere provocar a la vista. Adelantóse unos pasos, acortando la distancia con aquella que no parecía otra cosa que un ángel vengador en aquel paisaje, con sus cabellos hasta la cintura de un negro reluciente y sus ojos que no se podía precisar si eran índigos, glaucos o ambarinos, pues se entremezclaban unas y otras tonalidades en una nebulosa que no dejaba ver nada más que el irisado de ellos. Acabó entonces la mujer (a medio camino entre adolescente y adulta, pero con el mirar de una anciana) con el espacio que los separaba para situarse muy próxima a él. Y estableció por vez primera contacto, diciendo:
- ¿En qué piensas?.
- ¿Qué quiere decir vuesa merced? ¿Acaso no es una aparición, fruto de mi deseos de escapar de la desolación que me rodea y sofoca mi espíritu?.
- Decir que no sería lo correcto, y también una mentira en cierto aspecto, al aparecer yo por la proyección de tu desesperación, pero siendo tan real como tú mismo.Yo, querido, soy Dios. No te pregunto tu proceder, eso ya es sabido por mí.¿En qué piensas?.
- ¿Pretende acaso un producto de fantasía hacerme creer el ser una divinidad, la única en la única religión verdadera por la que tengo al cristianismo católico? Tengo yo por entendido, no obstante, que en el caso de serlo debiera usted ser hombre, corríjame si me equivoco.
Rióse ella, con una actitud tan humana como melodiosa era su voz, y replicó:
- Creencia ancestral, voz popular. ¿Cómo no iba yo a pertenecer al que siempre ha sido considerado el género más fuerte?.
- Perdóneme
- No tengo nada que perdonar, pues tampoco errado estás. Como Dios que soy puedo adoptar cualesquiera de las formas y cuerpos que el planeta moran. Puedo ser ave, reptil, pez, anfibio o mamífero. También planta, o río, mar, montaña. Puedo ser natural, al ser mi esencia la propia Naturaleza de todo. Pero es mi preferencia la figura humana, dado que en mis apariciones más credenciales me da. ¿No sería más difícil confiar en mis palabras si dichas fueran por un animal o vegetal? Los hombres y mujeres se creen tan por encima de todo que ni siquiera se percatan ya del poder de un origen común, y no hacen caso a ninguna señal dada por aquello que no pertenezca a su especie. ¿En qué piensas?.
- Se halla en lo cierto, mi sabia acompañante. Mas, si es que el género humano actúa de tal forma, es por su clara superioridad.
- Es ese pensamiento por el que aquí has llegado, hijo. Tan vanidoso eres, que descuidas hasta los modales al dirigirte al ser que creó todo cuanto tú, insignificante y finito humano, conoces.
- Discúlpeme, mi insolencia es precisa a la hora de manifestarse, ¿en qué he faltado yo a su respeto?.
- En decir abiertamente que un elemento por mí creado se halla por encima del resto. He de admitir que en un principio puede así verse, pero sólo por el hecho de poseer determinada habilidad no es mejor, sólo una mejora añadida, en compensación a la carencia de muchas otras.
- Me reitero en mis disculpas, no hago más que decir sandeces.
- Por algo piensas, humano.
- ¿El tener la facultad intelectiva facilita entonces, a su vez, la propia ignorancia?.
- Eso ya lo sabéis desde hace mucho, por algo tenéis la capacidad suficiente para ver su limitación. Lo que no entra en vuestra mente es que esa propia desvirtud, exclusiva de los humanos a gran escala, es la que propicia el no ser mejor ni peor, sino algo ecuánime, cuya única distinción es el poder elegir entre el bien y el mal.. Darse cuenta de sus propias acciones y modificarlas en función de lo moralmente correcto.
- Eso hago yo.
- ¡Ah! Bendito seas en tu propio engaño. Y digo propio al haberme ya demostrado que tus visiones acerca de ti son bien diferentes. Mira en derredor , ¿en qué piensas?.
- Es este el paraje más inquietante que jamás haya sido contemplado por cualquiera de los entes que habita la tierra, conmovedor hasta lo impensable y capaz de hacer sentir pánico  y tristeza al más insensible. ¿Puedo preguntaros dónde nos encontramos, en tan grata compañía y tan siniestra campiña?.
- Esto, que tanto te aterra, no es ni más ni menos que tu interior. Esta es la representación de tus valores más profundos.
- ¿Qué? No cuestiono cómo osa atreverse dado que siendo omnipotente todo se puede, pero no puedo sino contrariarme. ¿Algo que tanto me hiere puede estar dentro de mí mismo y haberme dado yo cuenta únicamente ante la demostración por usted exhibida? ¿Cuán ajeno puede serse al mal que en nosotros descansa?.
- Siendo humano, todo se puede. Tú mismo eres aquel que cree que siéndolo se llega a alcanzar la cumbre de todo cuanto hay. Pues bien, no era otro tu propósito que el que has alcanzado.
- ¿Esto es lo mejor a lo que un hombre puede aspirar, pues?.
- Absolutamente. Es lo mejor, sin duda, dentro del mal. En tu percepción de la realidad has pasado por encima de todo aquel que tus palabras pretendiera contradecir, e incluso matando has tenido el pensamiento de obrar tal como debes.
- ¿Pero por qué esto es lo que veo y no otro tipo de tortura? ¿Por qué un campo tan degenerado, animales desgarrados y niños sufridores? Jamás los toqué a ellos, ni hice nada en su perjuicio.
- Porque, al igual que una mancha negra siempre se verá mejor en un fondo blanco que en uno azul marino, el reflejo de tu grotesco pasado como mejor se ve retratado es en las mejores muestras de inocencia, almas puras sin ningún tipo de cargo de conciencia. Y, no obstante, a otros niños hiciste daño.
- ¿Cuándo aconteciera, que no puedo rememorarlo, el a semejantes criaturas haber causado yo algún detrimento?.
- Mataste padres, dejaste chiquillos sin defensor, ni procurador de que sus necesidades cubiertas estuvieran.
- ¿Y el lago, el Sol, las montañas? No pueden ser consecuencia de mi maldad.
- Absolutamente en acuerdo estoy. Respecto a ellos, representan tu corazón; el epicentro de tu realidad: el lago oscuro e inhumano al estar contaminado de tanta sangre ajena que tú derramaste. El Sol; la luz de la razón: abrasadora, castigadora como el daño que a otros tantos has causado, a muchos a los que estaban a tu subordinación tanto como lo estás tú mismo dependiendo de esta estrella. ¿En qué piensas?.
- En las montañas.
- ¿Cuáles? Sólo veo blanco más allá de lo que te he descrito. Pero adivino a que puedes referirte.
- Explíqueme, su Santidad, ¿de qué manera sus ojos esquivan las escarpadas tumbas de tantos como intentan a ellas subir?.
- Despejaré tus dudas, estate en paz. Esos picos que ves con tus miedos. Y los ves porque, en tu beneficio o perjuicio, ya eres consciente de tu perversidad.
- ¿Y qué es lo que resta?.
- Lo que tu valor elija. Mucho se ha debatido respecto a si es necesario más coraje para matarse o para vivir con la culpa. ¿En qué piensas?.
- En que mientras vivir con ella te honra, concluirla es lo heroico.
- Te dejo forjar tu decisión, y no influirá en ella nada de lo que yo sepa, pues nada más te diré. Un placer, como es habitual, ha sido el hablar con uno de mis hijos.
- Pero...
- Adiós, o a donde quieras ir.
Desvanecióse Dios tal como llegó, de improvisto. Y despertóse el príncipe en su cama.
A la mañana siguiente no hubo amanecer que contemplase. Entró la criada como de costumbre, al alba, con intención de despertarle, y no hubo grito en toda la región más fuerte que el suyo.
Desangrado, decoradas sus vestimentas de un rojo escarlata, estaba su cuerpo. Un trozo de cristal en su mano, sin tensión alguna sujeto al no tener el muerto ni voluntad ni nada más que el propio cadáver que quedó de todo lo que él fue y llegó a ser.
Y, en el espejo, su última intención:
''Con mi sangre pago su sangre, con mi último aliento sus últimos gritos. En paz muero, y como muero permanecerá mi recuerdo: en un charco de gloria, siempre vivo.'' 

Siempre tuya, siempre mío.

Es en virtud de su mirada
por lo que mi alma hastiada
descansa posada en su leal
traje de desconfianza ruin.
Pues no es por la carencia
de sentir el propio fluir
de los sentimientos de amor,
sino por el despropósito a
ella misma encomendado
de no creer que el amado
pueda amar un ser tan
imperfecto, condenado por
su propio nacimiento al
fracaso en cuanto al ámbito
que más llena, no siendo el
mencionado otro que el propio
amor al que sus retorcidos
prejuicios ya dieran puerta.
Es este pensar que conmigo
se ha criado el que me
inunda sin remedio, mas no
es otro más que mi propio
deseo de vencerlo el que me
lleva a la cruzada entre mi
propia mente y mi torturado ser,
el que habita en mi corazón.
Y se torna en batalla la
indecisión, de si será bueno
sacrificar a la razón, que con
tesón pelea por sofocar el
fuego que nace y arde en
todo aquel que es amante.
Pero como es costumbre nadie
obtiene victoria por doble
partida, y el más fuerte ha
vencido quedando de lado
todo tipo de razocionio esperado.
Ha adivinado ya mi persona
que es su Destino otro al que
ella pensaba tan concienzuda
estar ya dedicada su existencia.
Aunque la preocupación de si
es este el camino adecuado no
perezca por el mero hecho
de haber sido elegido e
impuesto por el propio combate
ya llevado a cabo contra
mi propia naturaleza; mi mente.
He de centrarme visto lo
cual en la rendición al
encanto que mi amigo supone
para mí, y confiar en su bondad
y correspondencia al sacrificio
que yo tengo por el hecho de
abandonar al adiestramiento
de mi voluntad para guarecerme
bajo la que ejercen sus besos.
Tomo como propia y sin ser de
ninguna forma comedida, la
medida de hacer total entrega
de lo que me forma y hace al
requerimiento que él tenga.
Debe de ser por tanto
para mi segunda alma algo
de total certeza que no
hay nada que más respete
que su propia entereza, dado
que además de su magnificiencia
porta consigo mi propio ente,
el existir que se ciñe sobre
cada una de las personas que
mora el mundo, ya no es mío
habiéndome sido entregado,
sino suyo habiendo sido por mí
totalmente rechazado, para
depositar en su propia mano
el don más divino que puede
tener cualquier ser humano.
Y es que es un hecho
que el hombre necio
no guarda menor aprecio
a nada más que su lecho.

Y en su porte maltrecho,
infantil pero recio,
deja ver el desprecio
que bulle desde su pecho.

Y aún sin tu anuencia
el infierno te reclama
de vuelta al dulce hogar.

No opongas resistencia
si tu origen te llama
no tendrás valor de escapar.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno. O al menos, menos tedio.

Ahogo un grito, mas pierdo la calma
gano un silencio, escaseo palabras.
Me siento nada, pues soy mi todo,
si estoy sola me revuelco en mi lodo.
Y si estás lejos todo es mucho peor
me he mentido, yo no quiero ser yo.
Renglones torcidos en hojas lineadas,
surco mares vacíos de agua.
Si el fuego me quema... no ardo,
no hay llamarada si no estás aquí.

El dolor como exponente.

El tiempo bamboleante,
frenesí en pleno apogeo
defecto más que desquiciante
la elocuencia de los corderos,
que van a contar al pastor
sus tristes cuentos.
¿De qué me sirven ellos?
Los que ahora ya están muertos
esos besos atontados,
que se perdieron por momentos.
Y mientras el rebaño
no hace más que berrear,
centrados en sus problemas, no
escuchan a mi lobo aullar.
Clamo hacia la Luna
muda y bella en el cielo,
lejana como ninguna
mas más cercana que tu aprecio.
Nacen las lágrimas pausadas,
se desparrman adornando
mi cuello, más sutiles que collares
más profundos que el cielo.
De mis manos tembloross
prefiero no hacer recuento
ni mención en los tristes versos
que escribo con pulso desquiciado
y a la par tan lento.
Y los oídos tan sordos,
que solo oyen las caricias del viento
en su pelo ensortijado
de niño crío, todavía pequeño.
Solo llega el olor, de la
amarga derrota, asomada
a mi ventanal dejándome sin la vida,
con el alma reventada y rota.
Y mi risa de niña
alocada en los conciertos
de tus susurros aterciopelados
pertenece ya a otros tiempos.