Bienvenido estás, pues aquí:

Soñarás sin saber, suaves susurros sobre tu piel.

El dolor como exponente.

El tiempo bamboleante,
frenesí en pleno apogeo
defecto más que desquiciante
la elocuencia de los corderos,
que van a contar al pastor
sus tristes cuentos.
¿De qué me sirven ellos?
Los que ahora ya están muertos
esos besos atontados,
que se perdieron por momentos.
Y mientras el rebaño
no hace más que berrear,
centrados en sus problemas, no
escuchan a mi lobo aullar.
Clamo hacia la Luna
muda y bella en el cielo,
lejana como ninguna
mas más cercana que tu aprecio.
Nacen las lágrimas pausadas,
se desparrman adornando
mi cuello, más sutiles que collares
más profundos que el cielo.
De mis manos tembloross
prefiero no hacer recuento
ni mención en los tristes versos
que escribo con pulso desquiciado
y a la par tan lento.
Y los oídos tan sordos,
que solo oyen las caricias del viento
en su pelo ensortijado
de niño crío, todavía pequeño.
Solo llega el olor, de la
amarga derrota, asomada
a mi ventanal dejándome sin la vida,
con el alma reventada y rota.
Y mi risa de niña
alocada en los conciertos
de tus susurros aterciopelados
pertenece ya a otros tiempos.

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