Bienvenido estás, pues aquí:

Soñarás sin saber, suaves susurros sobre tu piel.

Nunca adiós, demasiados hasta pronto.

Y llega un momento en que todo se hunde
el pánico desafiante cunde
y desborda todo lo desbordable
remueve con saña las heridas untándolas
del más puro vinagre, latiente
todavía el odio de todos estos días.
Me unge, me incita al pecado
de seguir amando lo ya amado
suficiente para muchos, para mí
tan desgraciado como desafinados
mis recuerdos, soberanos de un reino
sin rey, palacio ni tiempo.
Amargados quedan hasta los visillos
chirriantes, que abren ventanas
y puertas insultantes al alba,
prepotentes ensalzan su rostro,
lo rodean de gloria revenida y de escoria
que le come, provocando que lo note.
Descargas llamadas impulsos, que
me llevan a despreciar lo insulso
y buscar el peligro, que sigue acechando
como tigre a su presa que, con encanto
le espera porque quiere su muerte.
Te lleva a replantear, paranoia sin final
ciclo vital que te arrastra, ¿no será la
muerte la mejor venganza? Entregarse a
ella y clamar contra la vida, que te fustiga.
Otra paliza, la realidad, que oprime y
estrecha con su lazo de maldad
a aquel que se de cuenta de que existe
que esto no es todo un sueño y se lustre.
Esencia viciada, la de mi alma
manoseada por las jaquecas de espíritu
las noches en vela y las lágrimas
que he maldecido para luego buscar,
el desahogo del cuerpo y la cárcel
de la verdad son ellas.
Soy víctima del desengaño.

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